Llevado por el sabor honesto de un huevo frito, meditaba de nuevo sobre la polémica que estos días atiza nuestros fogones. No teman, que no me ha llevado el huevo tan lejos como las magdalenas. Pensaba en los huevos de Lucio, nunca probados, y en si era más escandaloso cobrar tamaña cantidad de euros por dos simples huevos, o si lo era cobrarla por los experimentos culinarios de laboratorio de un señor que pinta platos con comida. Creo que la respuesta sigue siendo “ambos dos”.
Y recordaba de pronto, tantos años después, las burlas que suscitó en mi casa un cocinero que abogaba por una nueva visión del huevo frito, que separaba la yema, batía la clara a punto de nieve, la hacía a fuego lento en un cazo (la sartén tenía no recuerdo qué inconvenientes), y luego le abría un huequito a aquella especie de merengue salado para devolverle, con mimo exquisito, su yema, que debía hacerse menos. No recuerdo que en aquel reportaje televisivo se usara el término deconstrucción (que el Word no reconoce, y he de insistirle en que no me he equivocado). Deconstrucción temprana de un huevo frito. Burlas domésticas de una España miope que despertaba -también en sus fogones- hacia una España a veces ciega.
Hoy será un respetable anciano en una exitosa academia culinaria, o andará el pobre dando la vara en el asilo, quién sabe, gritándole a tanto papanata que no nació a destiempo y que le tocará ver en la sala donde se reúnen, manta a cuadros sobre las rodillas, de diez a doce y de cuatro a seis, los ojos en el televisor.
La de enzimas y algas inmovilizadas que preparamos Microalgo, yo, y otros colegas, divertidos viendo formarse las esferas perfectas de alginato, sin tan siquiera acordarnos del jugo de melón…
Ahí está el mérito hoy día, en que se te ocurra a tiempo.
Y recordaba de pronto, tantos años después, las burlas que suscitó en mi casa un cocinero que abogaba por una nueva visión del huevo frito, que separaba la yema, batía la clara a punto de nieve, la hacía a fuego lento en un cazo (la sartén tenía no recuerdo qué inconvenientes), y luego le abría un huequito a aquella especie de merengue salado para devolverle, con mimo exquisito, su yema, que debía hacerse menos. No recuerdo que en aquel reportaje televisivo se usara el término deconstrucción (que el Word no reconoce, y he de insistirle en que no me he equivocado). Deconstrucción temprana de un huevo frito. Burlas domésticas de una España miope que despertaba -también en sus fogones- hacia una España a veces ciega.
Hoy será un respetable anciano en una exitosa academia culinaria, o andará el pobre dando la vara en el asilo, quién sabe, gritándole a tanto papanata que no nació a destiempo y que le tocará ver en la sala donde se reúnen, manta a cuadros sobre las rodillas, de diez a doce y de cuatro a seis, los ojos en el televisor.
La de enzimas y algas inmovilizadas que preparamos Microalgo, yo, y otros colegas, divertidos viendo formarse las esferas perfectas de alginato, sin tan siquiera acordarnos del jugo de melón…
Ahí está el mérito hoy día, en que se te ocurra a tiempo.
2 comentarios:
Lo de las algas desestructuradas y demás parafernalia es, para mí -junto con otros signos, como las 'catas' de agua o la gente compitiendo impenitentemente por el mejor melanoma del verano- un signo claro del fin de la civilización.
Y sí. Muy de acuerdo es que gran parte del éxito en la vida reside en saber estar en el momento. Sentarse el primero en el juego de las sillas.
Lo del agua alcanza, efectivamente, un grado sumo de gilipollez. Lamento si a alguien le parece excesivo el término, pero a mí lo que me parece excesivo son los precios y la estupidez de pagarlos.
Yo no creo que sea el fin de nada, yo sólo recuerdo aquel precioso sainete que representé una vez en el colegio: "El traje nuevo del emperador", y me parece que hay mucho listo haciendo trajes invisibles, y mucho tonto con dinero dispuesto a dejarse engañar.
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