Y recordaba de pronto, tantos años después, las burlas que suscitó en mi casa un cocinero que abogaba por una nueva visión del huevo frito, que separaba la yema, batía la clara a punto de nieve, la hacía a fuego lento en un cazo (la sartén tenía no recuerdo qué inconvenientes), y luego le abría un huequito a aquella especie de merengue salado para devolverle, con mimo exquisito, su yema, que debía hacerse menos. No recuerdo que en aquel reportaje televisivo se usara el término deconstrucción (que el Word no reconoce, y he de insistirle en que no me he equivocado). Deconstrucción temprana de un huevo frito. Burlas domésticas de una España miope que despertaba -también en sus fogones- hacia una España a veces ciega.
Hoy será un respetable anciano en una exitosa academia culinaria, o andará el pobre dando la vara en el asilo, quién sabe, gritándole a tanto papanata que no nació a destiempo y que le tocará ver en la sala donde se reúnen, manta a cuadros sobre las rodillas, de diez a doce y de cuatro a seis, los ojos en el televisor.
La de enzimas y algas inmovilizadas que preparamos Microalgo, yo, y otros colegas, divertidos viendo formarse las esferas perfectas de alginato, sin tan siquiera acordarnos del jugo de melón…
Ahí está el mérito hoy día, en que se te ocurra a tiempo.