Existe en Sevilla la creencia de que la música de Chopin cura a los tuberculosos, con mayor eficacia cuanto mejor sea la interpretación. Por eso, cuando se enteraron de que venía Sokolov, las familias sevillanas sacaron a sus parientes tísicos de los sanatorios de la sierra donde los tienen ingresados y, bien abrigaditos, los llevaron al Teatro de la Maestranza a gozar del influjo terapéutico de los preludios del genio polaco. Afortunadamente, nuestros líderes políticos en Ayuntamiento, Diputación y Junta fueron avisados de tan filarmónica peregrinación y, en previsión de inoportunos contagios en plena campaña electoral, optaron por no asistir, dejando ostensiblemente libres dos filas de asientos del patio de butacas en un teatro lleno a rebosar y con las entradas agotadas desde hacía varios días. Hicieron bien, porque el concierto de toses y carrasperas presagiaba una gran dispersión de microorganismos patógenos.
Con la atención dividida entre las notas del piano y el diagnóstico sintomático de las toses (esta perruna, esa bitonal, estotra cavernosa...) constaté que su intensidad y la de los gargajeos productivos aumentaba varios decibelios en las brevísimas pausas que Sokolov hacía entre uno y otro preludio. Era como si los tísicos hubieran sido aleccionados para no sembrar de bacilos de Koch y ruidos broncorreicos la sala mientras estuviera tocando el maestro, lo cual es de agradecer. La contrapartida fue que no se nos permitió gozar de esos silencios después de que la resonancia de las notas se ha desvanecido, cuando aun estás saboreando la pieza que ha acabado y expectante ante la que se avecina. Y me acordé de John Cage.
Cage compuso su polémico 4'33" para mostrarnos que el silencio no existe, que siempre hay algo que hace algún sonido. En la versión canónica de esta pieza, el intérprete se sienta ante el piano, cierra la tapa y pone en marcha un cronómetro que marcará la duración de cada uno de los tres movimientos, al final de los cuales abrirá brevemente la tapa. La pieza termina al cabo del tiempo señalado sin que el intérprete haya tocado una sola nota o hecho ningún otro sonido. Lo cual no quiere decir que se haya desarrollado en silencio: un oído atento habrá captado toses, murmullos de impaciencia, ruídos de la sala...
Un importante sector de la crítica siempre ha considerado esta pieza como una mera provocación, cuando no una tomadura de pelo. Sin embargo rara vez nos detenemos a pensar en la importancia del silencio en la música, que incluso tiene una nota propia, y el desasosiego que nos provoca. Quizás por eso, quién sabe, Cage se propuso obligar al público a enfrentarse a él en su forma más descarada. Tomadura de pelo o no, a mí cada día me fascina más.
lunes, 18 de febrero de 2008
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4 comentarios:
En el Festival de Pamplona, en el que me halló estos días, hay precisamente un ciclo sesudo sobre "El silencio en el documental postsoviético". Esa es la idea, no hay diálogos, pero si sonidos ambientes que crean una peculiar estructura sonora. Curioso como los temas de los concisos ilustrados a veces se solapan.
La falsa creencia de que la mal llamada música culta es buena para la tuberculosis y otras afecciones respiratorias se extiende a numerosos estilos y compositores, sí, además de Chopin. Aunque la ausencia de semejante cadencia de toses en las salas de espera de los hospitales y ambulatorios puede hacer creer equivocadamente a alguien que las salas de concierto se llenan de imbéciles en cada representación.
Esa mágica creencia es común en diversos lugares. Señor Mentor, ¿no piensa que es una idea fantástica para un cuento?
En lugares donde la sanidad está más avanzada, en los que he tenido la suerte de asistir a conciertos, los padres, sabedores de que sus hijos no corren riesgos para la salud broncopulmonar, los llevan a la ópera a tempranas edades, y el resto no merece comentario...
Ocurre a veces también que el tedio de no contar las toses lleva a algunos a las peleas, y los miembros de seguridad deben acudir. Horrorizados, los actores colgarán un cartel declinando toda responsabilidad en tamaña modernidad para una representación que se presumía de corte más bien clásico.
Total, quién no tendrá aventuras que contar en su sufrida vida de melómano...
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