Para los finlandeses, la educación es una obsesión nacional. Le dedican el 6’2 % de su Producto Nacional Bruto. En los países de la OCDE el índice es del 5’3%. En España es del 4’5%. Un 14% del presupuesto anual del gobierno finés va al ministerio de Educación. En un país de cinco millones de habitantes, hay unas 4.000 escuelas primarias, 440 centros de secundaria y 57 que unen en su recinto la posibilidad de estudiar los dos niveles. A ello se unen una veintena de universidades, encabezadas por la de Helsinki. Una se halla en la lejana y helada Laponia. Hagan las cuentas y verán la elevada media por habitante.
El estado vela por la enseñanza de sus ciudadanos. Todo lo paga él. La escolaridad es obligatoria entre los 7 y los 19 años, pero al finlandés no le cuesta un euro. Además, los niños tienen derecho a comedores, libros y material escolar gratis. Se procura que los alumnos estudien cerca de su casa, cosa no problemática al no competir los colegios entre ellos. Un padre suomi no tiene que plantarse si su hijo va a un degradado centro público o mejor lo mete en el colegio de los maristas, ya que todos son estatales y ofrecen el mismo plan de estudios. A pesar de todo, si un niño tiene que trasladarse más de cinco kilómetros de su domicilio para estudiar, el estado le proporcionará transporte.
Los profesores reciben una amplia formación. Los maestros de primaria estudian 6 años, y los de secundaria que tras acabar sus respectivas carreras quieran dedicarse a la docencia tienen que ampliar estudios en pedagogía. Frente a lo que ocurre en España, el profesorado tiene un gran prestigio social. Antes de los 7 años no es obligatoria la guardería, pero a si el niño tiene 6 años puede ir gratis a una. En la escuela, hasta los 16 años, los alumnos siguen un amplio plan de estudios tanto humanista como científico. La formación en la lectura es una obsesión, con el resultado de que los niños fineses son los más lectores de Europa. Para irritación de Rouco, pueden elegir normalmente entre religión –luterana- o ética. Otro frente son los idiomas. Desde los 7 años además de los dos idiomas oficiales del país, finlandés y sueco, estudian inglés y una cuarta lengua optativa. Muchos suomis prefieren con el tiempo leer en el idioma original de las novelas y es normal encontrarse en las librerías una sección de obras en otras lenguas. En la más importante de Helsinki, sita en plena explanada, vi muchos ejemplares de colecciones de bolsillo españolas. También desde que empiezan en la escuela aprenden informática y a manejar ordenadores, con lo que evitan el riesgo de ser analfabetos digitales.
A los 16 años el adolescente suomi tiene que tomar una seria decisión, si seguir el bachillerato o entrar en una escuela de formación profesional. En ambos casos es el camino de la universidad, pues los segundos pueden acceder a una carrera técnica. Los que eligen el bachillerato tienen al final una reválida que consta de ¡cuatro! exámenes. Díganle esto a los alumnos españoles que les hacen pasar de curso con tropecientos suspensos. Los de formación profesional hacen prácticas en empresas. De ahí se pasa a la universidad, que cuesta 60 euros al año. Una cantidad que da derecho a comedores, instalaciones deportivas, etc.
Esta mezcla de profesorado motivado y formado (un profesor de secundaria cobra unos 3.400 euros brutos mensuales, frente a los 1.800 de los españoles), de consideración nacional de la educación como un valor y de un alumnado nada cani criado en esta tradición y no en la de hacer dinero rápidamente logran que Finlandia gané en los informes PISA, en los que por cierto Andalucía siempre queda la última. El índice de fracaso escolar en Finlandia es del 2%. Es España se halla en un aterrador 25%. Y es un modelo estatal. No hay colegios ni universidades privadas adscritas a la iglesia luterana o a extraños grupos económicos. Ni en este ni en otros campos existe el torticero debate entre lo público y lo privado. Un ejemplo de que la socialdemocracia, ese modelo tan denostado por los neocons y sus lacayos políticos, funciona cuando hay detrás políticos responsables que se lo toman en serio. Pero dudo de que en los países latinos y con una depredadora jerarquía católica esto pueda ser posible.
¡Ah! Finlandia, como todos los países escandinavos, tiene una tasa altísima de divorcios. Lo siento por los integristas católicos, pero se ve que una familia rota no arroja a los niños necesariamente al pozo de la miseria y del fracaso personal cuando hay un estado que cree en el ciudadano como individuo y no sólo como una interesada pieza de un mecanismo social.
El estado vela por la enseñanza de sus ciudadanos. Todo lo paga él. La escolaridad es obligatoria entre los 7 y los 19 años, pero al finlandés no le cuesta un euro. Además, los niños tienen derecho a comedores, libros y material escolar gratis. Se procura que los alumnos estudien cerca de su casa, cosa no problemática al no competir los colegios entre ellos. Un padre suomi no tiene que plantarse si su hijo va a un degradado centro público o mejor lo mete en el colegio de los maristas, ya que todos son estatales y ofrecen el mismo plan de estudios. A pesar de todo, si un niño tiene que trasladarse más de cinco kilómetros de su domicilio para estudiar, el estado le proporcionará transporte.
Los profesores reciben una amplia formación. Los maestros de primaria estudian 6 años, y los de secundaria que tras acabar sus respectivas carreras quieran dedicarse a la docencia tienen que ampliar estudios en pedagogía. Frente a lo que ocurre en España, el profesorado tiene un gran prestigio social. Antes de los 7 años no es obligatoria la guardería, pero a si el niño tiene 6 años puede ir gratis a una. En la escuela, hasta los 16 años, los alumnos siguen un amplio plan de estudios tanto humanista como científico. La formación en la lectura es una obsesión, con el resultado de que los niños fineses son los más lectores de Europa. Para irritación de Rouco, pueden elegir normalmente entre religión –luterana- o ética. Otro frente son los idiomas. Desde los 7 años además de los dos idiomas oficiales del país, finlandés y sueco, estudian inglés y una cuarta lengua optativa. Muchos suomis prefieren con el tiempo leer en el idioma original de las novelas y es normal encontrarse en las librerías una sección de obras en otras lenguas. En la más importante de Helsinki, sita en plena explanada, vi muchos ejemplares de colecciones de bolsillo españolas. También desde que empiezan en la escuela aprenden informática y a manejar ordenadores, con lo que evitan el riesgo de ser analfabetos digitales.
A los 16 años el adolescente suomi tiene que tomar una seria decisión, si seguir el bachillerato o entrar en una escuela de formación profesional. En ambos casos es el camino de la universidad, pues los segundos pueden acceder a una carrera técnica. Los que eligen el bachillerato tienen al final una reválida que consta de ¡cuatro! exámenes. Díganle esto a los alumnos españoles que les hacen pasar de curso con tropecientos suspensos. Los de formación profesional hacen prácticas en empresas. De ahí se pasa a la universidad, que cuesta 60 euros al año. Una cantidad que da derecho a comedores, instalaciones deportivas, etc.
Esta mezcla de profesorado motivado y formado (un profesor de secundaria cobra unos 3.400 euros brutos mensuales, frente a los 1.800 de los españoles), de consideración nacional de la educación como un valor y de un alumnado nada cani criado en esta tradición y no en la de hacer dinero rápidamente logran que Finlandia gané en los informes PISA, en los que por cierto Andalucía siempre queda la última. El índice de fracaso escolar en Finlandia es del 2%. Es España se halla en un aterrador 25%. Y es un modelo estatal. No hay colegios ni universidades privadas adscritas a la iglesia luterana o a extraños grupos económicos. Ni en este ni en otros campos existe el torticero debate entre lo público y lo privado. Un ejemplo de que la socialdemocracia, ese modelo tan denostado por los neocons y sus lacayos políticos, funciona cuando hay detrás políticos responsables que se lo toman en serio. Pero dudo de que en los países latinos y con una depredadora jerarquía católica esto pueda ser posible.
¡Ah! Finlandia, como todos los países escandinavos, tiene una tasa altísima de divorcios. Lo siento por los integristas católicos, pero se ve que una familia rota no arroja a los niños necesariamente al pozo de la miseria y del fracaso personal cuando hay un estado que cree en el ciudadano como individuo y no sólo como una interesada pieza de un mecanismo social.
5 comentarios:
Emocionada bienvenida a la primera de sus Cartas Finlandesas, Monsieur. Primera muestra, además, del aterrador agravio comparativo con la realidad -en este caso educativa- en nuestro país. Ttremenda cosa que la educación sea la 'María' de los presuestos y hazmereír de las buenas intenciones. No, soy injusta en esto: también lo es el Medio Ambiente-. Observando evidencias así uno se pregunta por qué cuernos nos dejamos hipotecar el futuro de esta manera. Y por qué cuernos, también, el pícaro aquí es ufano modelo a seguir. Y así nos va. Hasta los homólogos de la puta gracia picaresca, estoy.
Estooo, y el cardenal primado de Finlandia que opina de todos esos ataques a la libertad de elección de las familias? Obligadas a llevar a sus pobres hijos a escuelas laicas donde seguro que se les adoctrina con alguna educación para la ciudadanía.
Por cierto, Monsieur, qué dineros dedica el Ayuntamiento de Helsinki para la construcción y mantenimiento de botellódromos?
Sólo hay unos 3.000 católicos en Finlandia,agrupados en cinco escasas parroquias. Es raro hallar una familia entera que sea romana -ellos llaman así algo despectivamente a los católicos- pues muchos son extranjeros educados en el papismo casados con finlandeses. Eso sí, hay entre ellos una gran presencia del Opus, quizas como punta de lana para evangelizar estos territorios paganos.
Al olor del dinero, envían los sabuesos del poder, a ver si entre las clases pudientes hay alguien que requiera de influencias especiales para abrirse "camino"...
Volviendo al tema de la educación, del cual no es justo en absoluto culpar a la Iglesia en un país en que la castrante iglesia ha sabido estar sin embargo entre los buenos educadores (baste nombrar a los jesuitas y a la salle). Hubo un tiempo largo en que yo quería ser maestro. No profesor, sino maestro. Aun recuerdo, con bastante ironía, todas las voces que me desaconsejaban dicha elección, puesto que con mis notas yo debía optar a algo más. Recuerdo también a algunos de mis compañeros, haciendo cuentas de que debía ser magisterio su destino, puesto que no le llegaban los puntos para otra cosa, y otros recuerdos atesoro, de la época en que compartía autobus con mis colegas estudiantes de magisterio y CAP, que por no herir sensibilidades prefiero callar.
Ya por aquel entonces éramos muchos los que nos dábamos cuenta de que el país estaba contratando trabajadores poco cualificados (y muy mal pagados) para levantar, precisamente, sus cimientos.
Amigo Academia, ese argumento me recuerda peligrosamente a los de los propios católicos defendiendo la existencia de la Iglesia porque hace obras de caridad y tiene colegios. Recuerdo al catedrático de Historia Contemporánea de España de la Universidad de Sevilla, miembro del Opus, que me dio Historia de España en el siglo XIX. Decía en clase y dejó escrito en su manual, que aún conservo –lógicamente hubo que comprarlo- como las desamortizaciones decimonónicas fueron un desastre porque dejaron a muchos pobres sin asistencia.
Pero tiene razón en el sentido de que hubo un tiempo en que la educación era privilegio de nobles la iglesia montó colegios donde abrió algo el campo, y permitió que los hijos de la burguesía se formasen. Lo triste es que cuando el estado le quitó a la Iglesia estos privilegios, en España se perdió la opción de montar un estructura laica. Ahora mismo se cierran colegios públicos y ninguno privado, y los gobiernos, con tal de ahorrarse inversiones en educación permite que esto ocurra. Tampoco la Iglesia tiene empacho en tronar contra el gobierno zapateril y al mismo tiempo poner la mano para el mantenimiento del tinglado.
Y tiene razón también en que si en Finlandia la carrera de magisterio dura lo mismo que en España la de Medicina, aquí siempre han sido los estudios donde acaban los rebotados de la selectividad y los que no tienen muchas ganas de estudiar y sacarse un título rápido. Un estorbo para aquellos que sin duda tienen vocación de maestro y se ven rodeados de compañeros que fastidian su interés.
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