domingo, 23 de diciembre de 2007

El edificio gótico

Disculpen que rompa la racha navideña del blog, pero como herederos que somos de los doceañistas una de nuestras preocupaciones debe ser el regeneracionismo nacional y reflexionar sobre el unamuniano “Nos duele España”. Además, mejor escribir ahora el post ante la avalancha de ocio que se nos viene y que puede hacer que esta idea caiga en el olvido.

Viene a colación todo esto porque estoy leyendo los dos ensayos que Stendhal dedicó a Napoleón y que bajo este título han sido editados por Verticales de Bolsillo. De paso les diré que no son muy interesantes, pues forman parte de esta discutible manía de editarlo todo de los grandes nombres aunque no estén en condiciones. Los dos manuscritos de Stendhal no pasaron de ser borradores inconclusos, lo que se nota demasiado en su lectura. El primero de ellos, Vida de Napoleón, lo empezó poco después de la caída del corso en Waterloo, pero las circunstancias políticas aconsejaron dejarlo en el cajón. El escritor, que había sido funcionario de la administración imperial, no tenía interés en acabar enchironado por bonapartista cual Edmundo Dantes. El segundo, Memorias sobre Napoleón, lo inició veinte años después, tras haber dado sus obras maestras al mundo, pero también lo abandonó. Ambos trabajos se convirtieron el la típica sorpresa póstuma que se lleva alguien escudriñando los papeles del difunto.

Pero a lo que iba, que como de costumbre me voy por las ramas. En el primer ensayo, que es por donde aún voy, Stendhal dedica bastante espacio a la guerra en España, sin poder ocultar su asombro europeo ante un pueblo que fue capaz de tener en jaque a la Grande Armée del emperador. En sus páginas se cita una carta que el político afrancesado Mariano Luis de Urquijo, uno de los puntales de la corte del rey José, escribió al general Cuesta. Sus palabras escritas hace casi 200 años, suenan muy actuales, y demuestran que efectivamente no hay nada nuevo bajo el sol. Les dejo con ellas.

“Por desgracia, desde Carlos V, la nación ya no existe, porque no hay en absoluto, de forma real, un cuerpo que la represente, ni un interés común que la una en la consecución de un mismo objetivo. Nuestra España es un edifico gótico compuesto por piezas y fragmentos con casi tantos privilegios, legislaciones, costumbres e intereses como provincias hay. El espíritu público no existe en absoluto”.

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