viernes, 13 de junio de 2008

Eppur si muove (post homenaje)

Curiosamente, los primeros replanteamientos sobre el sistema de los planetas ideado por Ptolomeo fueron permitidos, bien vistos, y utilizados por la iglesia.

La iglesia (y la sociedad en general) necesitaba a los astrónomos y a los matemáticos para medir el tiempo y fijar los calendarios, pero los cálculos con el sistema ptolemáico se estaban haciendo ya absolutamente intratables, por razones de ajuste de la teoría de Ptolomeo que sería tedioso explicar aquí, y que si es de su interés tratamos en los comentarios. Nicolás Schoenberg, cardenal de Capua, anima a Copérnico a publicar sus estudios.

Copérnico era creyente, y, sabedor de la revolución que se avecinaba (revolución que esta vez no afectaba a sus cuerpos celestes, o sí pero de otra manera) retrasó la publicación de su obra hasta poco antes de su muerte.

Cuando por fin se publica, De revolutionibus es prologada por Andreas Osiander, hoy día está aceptado que sin el consentimiento ni el conocimiento de Copérnico. En dicho prólogo, redactado de manera que pudiera pensarse que lo escribe el mismo Copérnico, Osiander advierte que el contenido de la obra es hipotético y su finalidad simplemente la de facilitar los cálculos, sin corresponderse necesariamente con la realidad.

Más claramente: aceptamos tu obra porque nos facilita los cálculos, pero eso de que el sol está quiero y la tierra gira es una hipótesis de cálculo, no la realidad. Y todo, o casi todo, porque las escrituras (la minúscula es intencionada) decían "Tú has fijado la tierra firme e inmóvil", y que no sé quién paró el sol en medio del cielo… (y este argumento lo esgrimió Lutero, no crean que sólo de los católicos vino la paranoia).

Pero claro, el pensamiento y la ciencia son aún más difíciles de parar, por fortuna, y mientras que avanza el tiempo, la teoría se perfecciona, hasta que llega Galileo, construye sus telescopios y le da por mirar al cielo, y descubre que Júpiter tiene lunas, que Venus tiene fases, y que la Luna tiene mares, cráteres y montañas, y el Sol manchas. Nada parece ser como nos contaron.

Galileo sienta las bases del método científico, y, entre otras muchas hazañas, publica Diálogo sobre los dos grandes sistemas del mundo, que se convierte en una de las obras de divulgación científica más influyentes y famosas de la historia, y es comentada en los círculos sociales de la época.

Y se sigue pensando. Y al pobre Giordano Bruno, que Newton lo tenga en su gloria, se le ocurre pensar que a lo mejor, un poner, hay muchos soles, y cada uno con muchos planetas, y…y… y lo queman. Roberto Belarmino ordenó la ejecución en 1600, tras siete años de prisión y olvido, o de martirio, no se sabe.

En 1611, el Colegio Romano, compuesto de jesuitas, confirma al cardenal Roberto Belarmino que las observaciones de Galileo eran exactas.

En 1616, el libro de Copérnico es incluido en el Indice de libros prohibidos, y Galileo obligado a retractarse, como ustedes saben. Se había llegado demasiado lejos. Tanto que, por suerte, ya no había marcha atrás.

2 comentarios:

El Robespierre Español dijo...

Copérnico no sólo era creyente, sino que él mismo era canónigo. Aunque esto no quiere decir mucho en una época donde las prebendas eclesiásticas caían como churros y muchos la cogían para asegurarse un sueldo.

Lo que queda claro es que en estos revolucionarios de la ciencia los había más prudentes como Copérnico,quizás por su origen polaco, que le había enseñado a andarse con pies de plomo, y otros que chocaron frontalmente con la Iglesia, como El Quijote. En cualquier caso una historia apasionante esta que nos ofrece nuestro académico más ocioso. Esta revolución científica iba paralela a la geográfica que ampliaba horizontes en la época y cuestionaba de forma irreversibles las ideas centralistas medievales.

Academia de Ociosos dijo...

Efectivamente, Robert, es apasionante el maridaje ciencia-geografía de la época, que para España culminó quizas con la Misión Geodésica, a la que algún día me decidiré a dedicar un post.