El regalo que más se han hecho estas fiestas mis amigos cinéfilos ha sido el maletín (maletón, más bien) en tirada limitada con todas las versiones existentes de Blade Runner más todo tipo de merchandising exclusivísimo. Esta semana, otro amigo me comentaba sus últimas adquisiciones discográficas, entre ellas la edición limitada de The Sinking of the Titanic de Gavin Bryars que ha editado Touch. El resto de sus compras eran también ediciones limitadas con extras y portadas que las convertían en objetos hermosos por sí mismos. Y son muchos los coleccionistas de discos que están optando ya por comprar sólo vinilos.
Insisto, la música no vale nada, ni las películas. Con un sistema informático sencillo y un mínimo de habilidad la tienes toda a tu alcance, y gratis. Pero no por ello los pobres artistas van a tener que dedicarse a la mendicidad. Ni tampoco, como amenaza la SGAE, dejar de crear. De hecho muchos de ellos, los más inteligentes, ya regalan su obra en sus espacios virtuales. Lo que da dinero en nuestro tiempo es el valor añadido, las ediciones, los objetos de colección, las ocasiones únicas. Esas cosas por las que los aficionados estamos dispuestos a pagar su verdadero precio. Compramos menos discos, eso es cierto, pero a cambio invertimos más en hardware para almacenar contenidos o en sistemas para acelerar las descargas desde la red.
Como ya ha sido dicho muchas veces, si quienes representan a los creadores pretenden seguir aferrados a un modelo de negocio que ya no funciona, ese no es nuestro problema.
1 comentario:
El primer disco que vimos a 5,99 (por decir un precio) después de haber pagado por él (o no haber pagado por él) 18 euros, rompió el juego para siempre. Y eso es algo que ciertos señores no quieren entender, porque supone reconocer su error y su mangoneo.
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