La figura del recientemente desaparecido Pepín Bello siempre despertó en mi una curiosa simpatía. Nunca fue artista, pero consiguió en su larga vida la consideración de tal. Su popularidad le vino de haber sido amigo personal del trío divino, Dalí, Lorca y Buñuel en los años en que compartieron aulas y habitaciones en la Residencia de Estudiantes. Parece ser que el cineasta de Calanda se inspiró en él para uno de los personajes de El perro andaluz. Pero todo apunta a que Bello hizo algo más que “estar allí”. El trío divino lo consideró su amigo del alma incluso después de que entre ellos las cosas se agriaran. Es decir, Bello se convirtió en el único nexo de unión de los tres genios. Además, fue él quien realizó la famosa foto fundacional del grupo de la generación del 27 en el Ateneo de Sevilla de la que el pasado diciembre se cumplieron 80 años.
Pepín Bello se convirtió en uno de estos personajes que pululan por la historia aunque nunca la protagonizan. Pero los buenos aficionados al cine y al arte de Clío saben que los secundarios a veces son más recordados que los protagonistas. Lo meritorio del caso Bello es que nunca puso por escrito sus recuerdos, en un extraño caso de honestidad. Nunca se consideró escritor –“Tengo de poeta lo mismo que de marciano”, decía de su mismo-, hasta el punto de no responder las cartas que le mandaban. En estos tiempos donde cualquier cantamañanas pierde el oremus por salir en la tele a contar cualquier chorrada, que este dignatario de una época irrepetible de la cultura española fuese tan reacio a compartir sus recuerdos -y a ganarse un buen dinero con un libro muy esperado- es conmovedor. En los años 80, con la recuperación de Buñuel y Lorca por parte de la memoria de España –Dalí se convirtió en un oficialista a pesar de su genio-. Bello tuvo sus días de gloria participando en congresos y seminarios que recuperaban la amistad del trío divino. Lo más parecido a unas memorias fue el libro Conversaciones con Pepín Bello, publicado tan tarde como el pasado mayo, en el tiempo de descuento de su larga vida. Era una especie de anciano de la tribu que compartía su sabiduría de forma oral, como los viejos indígenas. También era un doloroso recuerdo de que otra España pudo ser posible y quedó asesinada en una cuneta, como su amigo Federico. Y es que para la historia exista no son necesarios sólo sus protagonistas, sino los que la cuentan.
domingo, 13 de enero de 2008
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1 comentario:
Vila-Matas le hacía un homenaje en su "Bartleby y compañia" como prototipo español del artista sin obra. Por lo visto su frase más repetida era "Yo no soy nadie".
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