domingo, 1 de marzo de 2009
Los buenos vecinos
A mí me encanta que me despierten los vecinos haciendo el amor. Sobre todo si mi vecina, que además me cae rebien, y sin ser guapa tiene su no-se-qué, repite palabras con ese hilito de voz que le quedaba a su pequeño cuerpo habitado, y el somier protesta como en una buena película francesa. Y aún más si, al fin, se corre; o, quizás agotada por el zigzag, o preocupada por la resistencia del somier, simula tan bien haberse corrido. Yo, que soy algo perverso y he aprendido a tener una gran capacidad de abstracción, dí media vuelta en la cama y, atravesando la pared, que a fin de cuentas no es tanto en estas casas modernas, me fui a completar mi noche con ella. Y por la mañana, mientras las tostadas, he puesto a Haendel, porque es de buenos vecinos alegrarse por los demás. Y ella no lo sabrá, o quizás lo suponga, pero cuando la vea de nuevo en el portal, habrá ganado tanto, y además será ya un poco mía.
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