sábado, 6 de diciembre de 2008

Instintos primarios


Recientemente se ha estrenado en España el film alemán La ola, basado en un experimento sociológico que se salió de madre. Un profesor de instituto decidió en la California de 1967 montar una sociedad fascista con sus alumnos de Historia para demostrar prácticamente como funciona. El asunto se descocó cuando los considerados alfa de la nueva sociedad empezaron a abusar de los beta y hubo que suspenderlo, en medio de un gran éxito, pues los estudiantes de otras clases iban en masa a ver que se hacía allí.

Otro film reciente de hace unos años, El experimento, se basaba en el caso de la “prisión de Stanford”, un estudio de 1971. En este caso se trataba de recrear con voluntarios una cárcel jerarquizada como las de verdad, con sus presos y sus guardianes. Estos últimos empezaron a tomarse en serio su papel y abusaron de sus presuntos reclusos, quienes aceptaron las humillaciones en muchos casos. Tanto se asustaron los responsables del experimento que lo suspendieron a los seis días, cuando estaban previstos catorce.

Claro que el gran clásico de estos asuntos es el experimento Milgram. Una serie de voluntarios tenían que dar descargas eléctricas por órdenes de un presunto científico a una pobre víctima que estaba atada. Era todo un montaje, el sufridor era un actor y no había corriente, aunque a los manipuladores se les hacía creer que sí. Muy pocos se echaron atrás cuando se les pidió que dieran una supuesta descarga que sería letal. Parece ser que si había una figura de autoridad que daba la orden, los voluntarios no se sentían culpables. Este experimento se hizo en 1961, bajo los interrogantes que dejaba en esas fechas el juicio al líder nazi Eichmann en Jerusalén.

Estos experimentos echan por tierra las teorías liberales y religiosas sobre la bondad innata del hombre y nos hacen vislumbrar la bestia que llevamos dentro y que surge en cuanto se deja un portillo abierto. Para unos concisos militantes como nosotros, no deja de ser inquietante saber lo que bulle bajo las capas de cultura y sofisticación que nos rodean.

2 comentarios:

El Duende de los Cafés dijo...

Precisamente por eso hay que defender los valores concisos: para tener una oportunidad frente al chimpancé que llevamos dentro.

El Mentor o Ilustrador Popular dijo...

En defensa de los chimpancés tengo que decir que su sistema jerárquico se mantiene con muchos gritos, aspavientos y algún ocasional manotazo por parte del líder. Nada que ver con la sofisticación alcanzada en este terreno por el género homo.