Me llega la noticia de que en Salzburgo proyectan un centro dedicado a la figura de Stefan Zweig. Publicado en España ampliamente por Acantilado, quizá sus obra más conocida sea Momentos estelares de la Humanidad -pero tiene muchísimos otros títulos que recurrentes: Catellio contra Calvino, El mundo de ayer, Veinticuatro horas en la vida de una mujer, Carta a una desconocida...-.
Zweig era un humanista de hondo calado, que creía profundamente en la influencia de la cultura para la mejora del ser humano. Su condición pacifista y su fe judía lo forzaron al Brasil, asfixiado por el ambiente que se respiraba en pleno nacional-socialismo. Terminó suicidándose pocos años después,junto a su esposa, deprimido por el avance de las tropas nazis. Siempre he pensado que una de las cosas que más debieron desconcertarle es que esos mismos robots predicaran, entre otros asuntos, aquello en lo que él tanto creía y lo que defendió toda su vida: la posibilidad de superación del hombre a partir de su cultivo intelectual.
No pude evitar recordar otro suicida de la época, agobiado también por el peso de aquellas demenciales circunstancias, Carl Einstein. Y me viene a la cabeza, inevitablemente, aquella escena de El Hundimiento, en la que la mujer de Goebbels decide matarse, a ella, a su esposo y a sus seis hijos, porque no puede "soportar la idea de que vivir en un mundo en el que no exista el nacionalsocialismo". Ya ve. De repente, una persona tan alejada de la decencia humana, resulta inconcebiblemente cercana a estos hombres de demasiado corazón.
sábado, 29 de noviembre de 2008
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1 comentario:
Cuentan las malas lenguas que doña Magda Goebbels, paradigma de la "Hausfrau" predicada por el nazismo, por quien de verdad moría era por el Führer y no por su cojitranco esposo, y lo que no pudo fue soportar ver como Hitler se iba y ella se quedaba. En cualquier caso, su marido era tan fanático como ella. No en vano sus seis hijos tenían nombres que empezaban por "H" por motivos obvios.
Este post me lleva también a reflexionar sobre el suicidio, que a pesar de ser condenado por la Iglesia -en algunas culturas paganas, como en Roma, era una salida bien vista- para muchos sigue siendo una solución honrosa. A veces es más cruel dejar a una persona viva con sus fracasos que dejar que muera de su mano.
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