miércoles, 12 de marzo de 2008

Del Rigor en la Ciencia

(Con permiso de Don Jorge Luis)

...En aquella Ciudad, el Arte de la Cartografía logró tal Perfección que el mapa de un solo Barrio ocupaba toda una Manzana, y el mapa de la Ciudad, todo un Barrio. Con el tiempo, esos Mapas Desmesurados no satisficieron y, por orden de su Alcaldesa, los Colegios de Cartógrafos trazaron con líneas de colores un Mapa de las Rutas de la Ciudad que tenía el tamaño de la Ciudad y coincidía puntualmente con ella. Menos Adictas al Estudio de la Cartografía, las Generaciones Siguientes entendieron que ese dilatado Mapa era Inútil y no sin Impiedad lo entregaron a las Inclemencias del Sol y del Levante. En los parques y calles perduran despintadas Líneas del Mapa, sólo seguidas por Turistas Desorientados; en todo el País no hay otra reliquia semejante de las Disciplinas Geográficas.

Suárez Miranda: Viajes de varones prudentes, libro cuarto, cap. XLV, Lérida, 1658

4 comentarios:

Academia de Ociosos dijo...

¿Y cómo haré para no perderme? Preguntó Pisharcito.

Muy fácil: compra un cartucho de quisquillas y otro de cañaillas, y ve arrojando las cáscaras por donde pases.

Y así nacieron dos grandes tradiciones de nuestra tierra: dejar las calles llenas de mierda cada vez que hay algo que celebrar (o no), y pintar líneas estúpidas para que no se pierdan los turistas.


(Por otra parte, ¿habrá alguna manera mejor de viajar que perderse fuera de los itinerarios establecidos...?)

Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...
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El Robespierre Español dijo...

Según parece, recientes investigaciones sobre la ciudad reseñada por Suárez Miranda han añadido más datos sobre sus excéntricos gobernantes. En una señalada fiesta levantaron una gran bandera que se rompío ante el inclemente tiempo. Pero como su regidora según los retratos que han sobrevivido de ella era persona tenaz, esa misma noche levantó otra para que nadie dijera que no le salían las cosas como ella designaba, aunque nadie la vio dada la lluvia y la hora. Y es que estos gobernantes no iban a dejar que la realidad se impusiera a sus deseos.