Se nos fue Chaves a Madrid a resolver la cuestión de los minolles autonómicos, y con él se llevó a su fiel escudero Zarrías. No voy a hablar de las consecuencias políticas que tal movimiento de poltronas va a traer, sino de las estéticas. Y es que, gracias sean dadas, la decisión de Zapatero nos va a evitar al menos asistir en lo sucesivo al penoso espectáculo de ambos líderes entonando el himno de Andalucía en las ocasiones patrióticas que marca el calendario.
Creo que con ocasión de cierta bochornosa iniciativa del Comité Olímpico Español ya manifesté mi oposición a los himnos con letra. Con alguna excepción, obviamente. Hay himnos guerreros como la Marsellesa, la Internacional o el antiguo himno soviético (ahora de la Federación Rusa aunque con unos oportunos cambios en la letra para evitar molestas referencias al pasado comunista) que merecen ser cantados a coro y voz en grito, ya que su tono épico se presta a ello. Pero la mayoría de los himnos tienen líneas melódicas difíciles de seguir a voces no educadas, que son la mayoría. Por eso los norteamericanos, pueblo inteligente, delegan en todos los actos, sean patrióticos o deportivos, la interpretación del himno en alguna cantante de góspel o similar mientras el público asistente atiende emocionado y en silencio. Como debe ser.
El himno de Andalucía entra dentro de esa categoría de copla difícil de cantar. Y además es feo con rabia. No entro en la letra porque las de otros muchos cantos patrióticos también incurren en incitaciones a la revuelta y el derramamiento de sangre y casi nunca nadie ha llegado a tomarlas en serio. Estoy hablando de la música. Esa antigua canción de segadores, basada a su vez en una melopea religiosa, es, con su ritmo cansino, una de las piezas musicales menos excitantes que jamás se haya convertido en himno de algo. Por eso, desde El Conciso, proponemos que se reforme otra vez el Estatuto de Autonomía para cambiar el viejo himno de Blas Infante por otro sin letra y musicalmente más brillante. Y proponemos además que sea "Andalucía" del compositor cubano Ernesto Lecuona.
Creo que no hay una composición más hermosa y más digna de representar a Andalucía en los actos oficiales. Ahí les ofrecemos dos versiones magistrales. La primera, la del propio autor al piano:
Y la segunda orquestal a cargo de Xavier Cugat:
Y no me digan, después de oirlas, que aún siguen prefiriendo el "Andaluces, levantaos..."
jueves, 16 de abril de 2009
domingo, 12 de abril de 2009
Meditaciones domingorresurreccioniles
En estos días de Pasión leí una entrevista a uno de estos conspicuos individuos que forman parte del paisanaje cultural de nuestra Andalucía descabezada desde que Manolo Chaves sucumbió al “ven y sígueme”de ZP. Es un catedrático hispalense de Antropología del que uno se malicia que debe ser de estos que debe su fortuna a que en su momento fue el primero en llegar. El sujeto es un digno representante de cierta clase presuntamente ilustrada de Sevilla. Trabajan en sectores muy modernos pero siguen colgados de lo más rancio de su entorno guadalquivireño. Así, el sujeto en cuestión sale en una cofradía de Semana Santa y por supuesto defiende esta tradición haciendo la cuadratura del círculo: presentarla como una celebración ajena a la jerarquía eclesiástica, y que si fuera por ella, no existiría.
Bueno, el caso es que hubo algo de esta entrevista que si me llamó la atención extraordinariamente, mucho más que lo expuesto en el párrafo anterior. En un momento dado sacó el término que ya se está haciendo famoso, “fundamentalismo laico” para acusar a los que no soportamos que durante días se entreguen ciudades al más rancio exhibicionismo católico. Se supone que un antropólogo como él debería saber mejor que nadie el proceso de formación de las religiones y que el Espíritu Santo, Yahvé y Alá responden a criterios excesivamente humanos. Sorprende que un catedrático de universidad caiga en el trampantojo de apuntarse a la moda del “fundamentalismo laico” cuando trabaja en una institución que hace –o debería hacer- bandera del pensamiento crítico y humanista. Y choca que una persona tan informada como él, que tiene la presencia de todos las figuritas locales (artículos en prensa, presencia en radios y tertulias, etc.) no se percate que igual en su momento las cofradías pudieron enfrentarse a los obispos, pero hoy en día son el brazo armado del integrismo, capaces de congelar la vida ciudadana una semana por decreto en un estado oficialmente aconfesional.
Uno cree que la palabreja, “fundamentalismo”, se va a poner de moda y como suele ocurrir se desvirtuará. Si un policía de tráfico te obliga a desviarte en una carretera será motejado de “fundamentalista” por no dejarte pasar y si en un bar te atiende un camarero especialmente borde será también un “fundamentalista” por no permitirte juntar dos mesas, pongamos por caso. Pero volviendo al tema, si defender el conocimiento racional por encima de la fe ciega, si defender los diversos modelos sociales frente al único postulado por la iglesia Católica, si valorar al ser humano en su complejidad frente al reduccionismo religioso, si pensar que ciertos sectores están intentando puentear todos los avances en materia social y de pensamiento producidos desde la Ilustración y volver a la Teocracia de la Edad Media, yo soy fundamentalista laico. Y las palabras tienen un problema: de tanto usarlas pueden acabar siendo verdad. A ver si de tanto usar y abusar del término van a conseguir que sea cierto y las próximas Semanas Santas sean más moviditas con gente en contra. Parafraseando a James Browm, Decidlo alto y claro.
Bueno, el caso es que hubo algo de esta entrevista que si me llamó la atención extraordinariamente, mucho más que lo expuesto en el párrafo anterior. En un momento dado sacó el término que ya se está haciendo famoso, “fundamentalismo laico” para acusar a los que no soportamos que durante días se entreguen ciudades al más rancio exhibicionismo católico. Se supone que un antropólogo como él debería saber mejor que nadie el proceso de formación de las religiones y que el Espíritu Santo, Yahvé y Alá responden a criterios excesivamente humanos. Sorprende que un catedrático de universidad caiga en el trampantojo de apuntarse a la moda del “fundamentalismo laico” cuando trabaja en una institución que hace –o debería hacer- bandera del pensamiento crítico y humanista. Y choca que una persona tan informada como él, que tiene la presencia de todos las figuritas locales (artículos en prensa, presencia en radios y tertulias, etc.) no se percate que igual en su momento las cofradías pudieron enfrentarse a los obispos, pero hoy en día son el brazo armado del integrismo, capaces de congelar la vida ciudadana una semana por decreto en un estado oficialmente aconfesional.
Uno cree que la palabreja, “fundamentalismo”, se va a poner de moda y como suele ocurrir se desvirtuará. Si un policía de tráfico te obliga a desviarte en una carretera será motejado de “fundamentalista” por no dejarte pasar y si en un bar te atiende un camarero especialmente borde será también un “fundamentalista” por no permitirte juntar dos mesas, pongamos por caso. Pero volviendo al tema, si defender el conocimiento racional por encima de la fe ciega, si defender los diversos modelos sociales frente al único postulado por la iglesia Católica, si valorar al ser humano en su complejidad frente al reduccionismo religioso, si pensar que ciertos sectores están intentando puentear todos los avances en materia social y de pensamiento producidos desde la Ilustración y volver a la Teocracia de la Edad Media, yo soy fundamentalista laico. Y las palabras tienen un problema: de tanto usarlas pueden acabar siendo verdad. A ver si de tanto usar y abusar del término van a conseguir que sea cierto y las próximas Semanas Santas sean más moviditas con gente en contra. Parafraseando a James Browm, Decidlo alto y claro.
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